100 años de la Reforma Universitaria: debates de ayer y de hoy

La educación es un pilar fundamental para las sociedades. A cien años de la Reforma, analizamos aquí la implosión del movimiento estudiantil, trabajadores e intelectuales de la época que buscaban una sociedad igualitaria y la reconstrucción del sistema educativo, con una mirada desde la actualidad.

por Emiliano Frascaroli

A principios del siglo XX la cosa no venía bien en torno a la educación. Las Universidades no estaban abiertas para los sectores de ingresos medios-medios bajos, la toma de decisiones no eran democráticas y los planes de estudio- hechos por los conservadores de la época- estaban orientados a un sistema educativo elitista, como demandaba el mercado. Era necesaria una nueva conformación de la educación superior.

Así fue que, luego del cierre del internado del Hospital de Clínicas en 1917 en la Universidad Nacional de Córdoba, los estudiantes se levantaron, acompañados por el movimiento obrero e intelectuales, contra los tiranos de la época. Los reclamos fueron plasmados en el Manifiesto Liminar y atendidos por el Presidente Hipólito Irigoyen. En el documento, con fecha del 21 de Junio, manifestaron que la juventud “se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad” que merecía una reconstrucción de raíz.

Estado, Sociedad y Universidad en clave de época

Por los albores de 1918, como hemos mencionado al principio, existía una brecha de desigualdad que se identificaba en el acceso a los estudios superiores: sedimentados por la oligarquía argentina, el sistema educativo a principios del siglo XX excluía a más personas de las que integraba. Por aquel entonces imperaba un modelo arcaico que fue menester romper para reconstruir. La sociedad necesitaba, además de profesionales al servicio del pueblo para que atendieran las problemáticas, una enseñanza inclusiva, participativa y democrática.

El rol de la Universidad previa Reforma se limitaba a ser la institución albergue del conservadorismo por la cual se transfería el pensamiento de una elite gobernante. Esto se podía ver en la orientación de los planes de estudios: condicionados al servicio del poder económico, las cátedras no podían ornamentar sus programas de enseñanza.  Además, la estructura anti-democrática se expresaba en su máximo esplendor en el gobierno universitario: lxs estudiantes no eran partícipes de la toma de decisiones y lxs docentes permanecían en sus cargos cómodamente sin habilitar espacios para el ingreso de otras personas recientemente graduadas.

Las discusiones desatadas a través de los reclamos de figuras claves como Deodoro Roca, Horacio Valdés, Gumersindo Sayazo, Luis Méndez, entre otros, junto al movimiento estudiantil cordobés y pueblo trabajador consumaron al fin la Reforma Universitaria de 1918, durante el gobierno del radical don Hipólito Yrigoyen.

Los principales reclamos de la gesta reformista giraron en torno a la autonomía universitaria, la participación estudiantil en el gobierno de la institución y la libertad de cátedra.

Democracia, independencia y libertad

“La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa”, apuntó el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria del ’18. Lxs estudiantes marcaron la cancha y plasmaron la necesidad de participar de la toma de decisiones. Así, se lograron avances significativos para la participación estudiantil bajo un co-gobierno. Si bien es cierto que muchas veces la proporción estudiantes/docentes es desigual,  fue un paso en la re-estructuración de los marcos normativos hacia su democratización.

Otro de las necesidades fue lograr una independencia en la Institución; es decir, consumar la autonomía universitaria para garantizar el ejercicio de una gestión que no esté atada a los gobiernos de turno. Este gran paso permitió que las entidades educativas públicas puedan construir sus organismos internos y desarrollar las actividades de la vida política en total independencia.

Por otro lado, la lucha estudiantil-obrera perforó la coraza de una casta política de docentes atrincherados en su trono con polvareda y declaró: “La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando”. La reforma del sistema educativo implicaba también la reconstrucción de una pedagogía que siente bases en la horizontalidad, en la solidaridad y humildad, y no en la transferencia de conocimiento de una persona que supuestamente “sabe más” hacia quien “sabe menos”. La categorización es propia de la educación bajo la lógica elitista, antipopular y no participativa: se buscaba más bien revertir la “cascada de conocimiento” en un mar de ideas construidas colectivamente a través del intercambio de saberes. “Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda” agregaron en el mismo sentido.

Si bien la Reforma Universitaria se dio en 1918, cien años atrás, hoy por hoy resuenan ciertos conceptos que sirven como parámetros para dar cuenta de que una estructura educativa impopular, orientada a las lógicas mercantiles y sesgada en la construcción del conocimiento, sigue vigente, con sus particularidades. (Ver aparte).

NOTA: fragmentos de esta nota fueron publicados en un artículo de 2017.

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